“Él tiene cuatro brazos,
rostro de elefante con colmillos protuberantes,
con forma de luna creciente,
hijo de Shiva, flor de sabiduría,
entronado en el corazón.
Sus pies yo reverencio”. (1) Aum Namah Sivaya.
“Como rayo de luna vino
ella ante él,
saliendo de la casa;
él la miró, se regocijo
en ella,
la tomó en sus brazos y la besó.
Innana le dijo:
Lo que yo te diga
que el cantor en canto
lo teja.
Lo que yo te diga
que fluya de oreja a
boca,
que pase de viejos a
jóvenes.” (2)
¿De que fuentes beber para formarse una idea clara del pensamiento que interpreta este sistema energético?
Si preguntamos a cualquier Guru hindú, nos dirá que el sanscrito es anterior al universo y el sonido OM, generó la realidad. Otros te dirán que la cultura hindú es recibida directamente del Himalaya. Los chakras son puertas a la iluminación. Poco se puede cuestionar a un origen divino y desde aquí solo cabe aceptar, no cabe preguntarse; pero soy curioso.
Parecería que el mejor camino para abordar esta pregunta fuera circunscribir nuestra mirada a la
religiosidad hindú, si acaso, abrirla al
Tíbet o todo Oriente, pero si tenemos en cuenta los aspectos que ahora veremos surge la necesidad de enriquecernos con una
perspectiva mucho, mucho más amplia.
En la India, Tíbet, Nepal… los chakras, son patrimonio de diversas religiones y escuelas de pensamiento: Tantrismo Shivaita,
Shivaismo védico, Shaktismo, Budismo tántrico, Jainismo, Vishnuismo… y cada
grupo religioso, según su concepción
espiritual, posicionamiento ante
la vida, la muerte, el individuo y lo social… ha respondido a los avatares de la historia elaborando,
o mejor dicho, re-elaborando su “Verdad”.
Brevemente, y como ejemplo de esta diversidad,
veamos algún rasgo del posicionamiento shivaita
y budista.
Continua Alain Danièlou, de quién he tomado esta
y las anteriores citas : “El principio
fundamental del Shivaísmo es aceptar el mundo como es y no como nos gustaría
que fuera. Sólo cuando aceptamos la realidad del mundo podemos comprender su
naturaleza, acercarnos al Creador, ocupar nuestro lugar en la armonía de la
creación. Puesto que nada puede existir sin alimentarse de la vida de otros seres,
debe aceptarse la responsabilidad ante uno mismo y ante los dioses que así lo
han querido. Para asociar los dioses a nuestros actos, debemos superar el
estadio instintivo, ritualizar tanto el acto de matar como el acto de amor.” (7)
La propuesta Budista es muy distinta, como vemos en
el sermón de Buda:
“Toda vida es sufrimiento;
la causa del sufrimiento es el anhelo ignorante;
se puede conseguir la supresión del sufrimiento (nirvana);
el camino es la noble senda óctuple:
nociones, aspiraciones, lenguaje y conducta justos;
vocación, esfuerzo, atención y éxtasis justos.
Las leyes del universo en sí mismas no le
interesaban al buscador budista de una vía de salida. No había ley moral
derivada de Dios; porque no había Dios, y los Dioses o principios que mantenían
eran las propias redes, trampas y obstáculos que el yogui debe evitar. La senda
óctuple de Buda era un sendero en el que se entraba voluntariamente, contra el
orden del universo. Y cuando el victorioso había extinguido todo temor y deseo
de sí mismo, le sobrevenía, paradójicamente, un éxtasis tanto de transcendencia
como de compasión por todos los seres que no se habían liberado a sí
mismos.” Nos explica Joseph Campbell en
“Las máscaras de Dios”. (8)
Aceptación V.s. Renuncia. Dos posturas difíciles de
reconciliar y cuya visión de nuestra naturaleza y lugar en el mundo generan
interpretaciones diametralmente opuestas
sobre el sistema que nos ocupa. Así, no es de extrañar, que mientras el
yogui tántrico se afirme en la totalidad de la naturaleza humana, tanto en la
instintualidad más pasional y extática, como en la espiritualidad más sutil, el
lama budista, por su parte, (al igual que el yogui jainita y otros tantos) reniegue
de la animalidad de nuestra naturaleza y centre sus esfuerzos, exclusivamente,
en los chakras más elevados, describiendo mulhadara, svadhisthana y manipura
(basal, sacro y plexo solar) como centros impuros.
Los paralelismos entre las mitologías de la Trimurti hindú y los
panteones de la antigua Anatolia, Sumer, Egipto, Fenicia, Canaán, Creta,
Grecia, Etruria son más que evidentes. Incluyendo elementos de la cultura celta y nórdica, e
incluso de la mitología vasca, astur, pirenaica… así como elementos de las
tradiciones y folclore populares
europeos, donde bajo el manto unificador del cristianismo, aun perviven
rescoldos de la memoria agrícola ancestral, podemos hablar de un territorio que se extiende
desde Europa hasta la India, incluso China, y cuyas raíces religioso-culturales son comunes.
(Territorio que se extendería hasta América, a través de China, sudeste
asiático y los pueblos del pacífico si nos refiriéramos a este sustrato
neolítico común, propio de los primeros agricultores.) Todas ellas herederas de
la cultura del bucráneo y el hacha doble, de la Diosa Madre y su Hijo Sagrado, Diosa
Pájaro y Serpiente, Leona, Vaca, Cerdo, Luna
Madre del Dios
Toro, Carnero o Cabrón.
Oriente próximo: Catalhüyük (7.000 - 5.500 a. C.) y la región de los
montes Tauro en Anatolia, Tell Hallaf (6.100
a.C.)… territorio que debemos ampliar,
incluyendo La Vieja Europa (7.000-3.000
a.C.), tras los estudios de Marija
Gimbutas.
A día de hoy podemos decir con seguridad que Mohenjo-Daro, Harappa y el
resto de poblaciones del Valle del Indo (2.500
– 1.500 a.C. aprox.) son la cuna de la religiosidad hindú. Sepultada temporalmente por la ideología de
los conquistadores Indoeuropeos del Rig Veda y, aunque herida por los males del
patriarcado (machismo, belicismo, injusticia social… al igual que el resto del
planeta, tristemente) resurgió, como una higuera de Bengala entre los escombros,
y se mantiene hasta hoy la vía
integradora, no dual, de la Diosa Madre. La sacralidad inmanente pervive.
2.500 – 1.500 a. C. también es el periodo de
florecimiento de la cultura Minoica. Sobre ambas culturas reflexiona Joseph
Campbell en “Las máscaras de Dios” “…cuesta imaginarse como explicarse de otra
forma la existencia de una confluencia única de formas simbólicas en dos
paisajes que difieren tanto como el mundo isleño del Egeo y las abrigadas
llanuras del norte de la India: la existencia en ambos de una Diosa que es a la
vez benigna (como vaca) y terrible (como leona), asociada con el crecimiento,
sustento y muerte de todos los seres, y , en particular de la vegetación;
simbolizada en todos sus aspectos por un árbol de la vida cósmico, que también
lo es de la muerte; y relacionada con un dios cuyo animal es el toro y su signo
el tridente, a quién además está asociada la luna creciente y menguante, en un
contexto que muestra numerosos vestigios de una tradición de regicidio ritual.
Mi opinión es que las dos mitologías son con toda claridad extensiones de un
único sistema, cuya matriz era el Oriente Próximo nuclear; el periodo de difusión precedió al del ascenso
de los grandes reinos sumerio-egipcios
de la Edad del Bronce; y la fuerza que motivo la amplia expansión fue
comercial: la explotación de materias primas y el comercio.” (9)
4.500 años es mucho tiempo,
pero parece un suspiro si pensamos que los primeros enterramientos rituales y
lugares sagrados, apilamientos rituales de cráneos de osos en los Alpes, han sido datados hace 75.000 años
y son legado de nuestros primos los
neandertales. Sin remontarnos tanto,
35.000 a 9.000 años a.C., tenemos el legado paleolítico: las escenas de
bisontes, caballos, leones… caza y éxtasis chamánico maravillosamente plasmado
en las cuevas cantábricas y pirenaicas. Las representaciones de la Diosa, las
Venus de Brassempouy, Wilendorf, Lespugue, Laussel…que se extienden por toda
Europa hasta Siberia. ¿Por qué mirar tan atrás? Por que salvando grandes distancias,
en el animismo mágico de nuestros
ancestros cazadores recolectores, la concepción de la Diosa como lo sagrado
inmanente, Madre Tierra, Vulva generadora
de vida, Seno acogedor en la muerte, Diosa Luna regente de los ciclos y
misterios de la vida, ya está presente.
Y si bien, es en el neolítico, como decíamos, gracias al desarrollo de la
agricultura, donde la vegetación se convierte en maestra y nos dona una visión
integradora, por vez primera adulta, frente a la vida y la muerte, tomando
forma el mito de la diosa madre y su hijo sagrado, cíclicamente, muerto y
resucitado, no es difícil intuir un contínuum cultural que mana desde la profunda
humedad de las cuevas paleolíticas.
(1) Aum Namah
Sivaya.
(2) A. Baring y J. Casford, “El mito de la diosa”, Ed. Siruela, p. 248
citando a Jacobsen,
op. cit., p. 33 y Wolstein and Kramer, op. cit., p. 36.
(3)
Taittiriya Upanisahd, III, 2 y 10.6.
(4) Brihat
Aranyaka Upanishad, 14, 6.
(5)
Jîva jîvasya bhakshaka.
(6) Anushâsana Parva, Mahâbhàrata (cap.213)
(7)Danièlou, Alain; “Shiva y Dionisos”, Ed. Kairos, pág. 233y
234. Las citas 3,4,5 y 6, son recogidas por él.
(8) Campbell, Joseph, Las máscaras de
Dios, mitología occidental, Alianza Editorial pág. 272.
(9)Campbell, Joseph, Las máscaras de
Dios, mitología occidental, Alianza Editorial pág. 85 .
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