lunes, 22 de julio de 2013

CHAKRAS Una reflexión para su estudio.




“Él tiene cuatro brazos,
rostro de elefante con colmillos protuberantes,
con forma de luna creciente,
hijo de Shiva, flor de sabiduría,
entronado en el corazón.
Sus pies yo reverencio”. (1) Aum Namah Sivaya.


“Como rayo de luna vino ella ante él,            
saliendo de la casa;
él la miró, se regocijo en ella,
la tomó en sus brazos y la besó.
Innana le dijo:
Lo que yo te diga
que el cantor en canto lo teja.
Lo que yo te diga
que fluya de oreja a boca,
que pase de viejos a jóvenes.” (2)

       

       Los chakras, gracias a  la  "new age", forman parte de nuestra cotidianidad y parece que sabemos lo que son; cualquiera te abre los chakras en una sesión de reiki.
      ¿Pero como abordar el estudio del valor conciencial de los chacras?
      ¿De que fuentes beber para formarse una idea clara del pensamiento que interpreta este sistema energético?

       Si preguntamos a cualquier Guru hindú, nos dirá que el sanscrito es anterior al universo y el sonido OM, generó la realidad. Otros te dirán que la cultura hindú es recibida directamente del Himalaya. Los chakras son puertas a la iluminación. Poco se puede cuestionar a un origen divino y desde aquí solo cabe aceptar, no cabe preguntarse; pero soy curioso.

Parecería que el mejor camino  para abordar esta pregunta fuera circunscribir nuestra mirada a la religiosidad hindú, si acaso,  abrirla al Tíbet o todo Oriente, pero si tenemos en cuenta los aspectos que ahora veremos surge  la necesidad de enriquecernos con una perspectiva mucho, mucho más amplia.

En la India, Tíbet, Nepal… los chakras, son patrimonio de diversas religiones y escuelas de pensamiento: Tantrismo Shivaita, Shivaismo védico, Shaktismo, Budismo tántrico, Jainismo, Vishnuismo… y cada grupo religioso, según su concepción  espiritual,  posicionamiento ante la vida, la muerte, el individuo y lo social… ha  respondido a los avatares de la historia elaborando, o mejor dicho, re-elaborando su  “Verdad”.

Brevemente, y como ejemplo de esta diversidad, veamos algún rasgo del posicionamiento  shivaita  y   budista.
 Dice Shiva: “Soy el alimento, alimento, alimento, y soy el devorador, devorador, devorador… Del alimento nacen los seres vivos. Los que se hallan en la tierra viven sólo de alimento y vuelven a ser,  por fin alimento. “ (3)   “Todo el universo es sólo, en verdad, alimento y devorador.” (4) “El ser vivo se nutre de seres vivos” (5).  En el Anushâsana Parva, Shiva explica a  Parvati: “No existe nadie en el mundo que no mate. Quién camina mata con sus pies innumerables insectos. Aun durmiendo pueden destruirse vidas. Todas las criaturas se matan entre sí… Nadie puede vivir sin matar…Sólo mueren los que están destinados a morir. Todo ser es matado por su destino, la muerte llega solo más tarde. Nadie escapa al Destino.” (6)

Continua Alain Danièlou, de quién he tomado esta y  las anteriores citas : “El principio fundamental del Shivaísmo es aceptar el mundo como es y no como nos gustaría que fuera. Sólo cuando aceptamos la realidad del mundo podemos comprender su naturaleza, acercarnos al Creador, ocupar nuestro lugar en la armonía de la creación. Puesto que nada puede existir sin alimentarse de la vida de otros seres, debe aceptarse la responsabilidad ante uno mismo y ante los dioses que así lo han querido. Para asociar los dioses a nuestros actos, debemos superar el estadio instintivo, ritualizar tanto el acto de matar  como el acto de amor.” (7)

La propuesta Budista es muy distinta, como vemos en el sermón de Buda:
“Toda vida es sufrimiento;
la causa del sufrimiento es el anhelo ignorante;
se puede conseguir la supresión del sufrimiento (nirvana);
el camino es la noble senda óctuple:
nociones, aspiraciones, lenguaje y conducta justos;
vocación, esfuerzo, atención y éxtasis justos.

Las leyes del universo en sí mismas no le interesaban al buscador budista de una vía de salida. No había ley moral derivada de Dios; porque no había Dios, y los Dioses o principios que mantenían eran las propias redes, trampas y obstáculos que el yogui debe evitar. La senda óctuple de Buda era un sendero en el que se entraba voluntariamente, contra el orden del universo. Y cuando el victorioso había extinguido todo temor y deseo de sí mismo, le sobrevenía, paradójicamente, un éxtasis tanto de transcendencia como de compasión por todos los seres que no se habían liberado a sí mismos.”  Nos explica Joseph Campbell en “Las máscaras de Dios”. (8)

Aceptación V.s. Renuncia. Dos posturas difíciles de reconciliar y cuya visión de nuestra naturaleza y lugar en el mundo  generan  interpretaciones diametralmente opuestas  sobre el sistema que nos ocupa. Así, no es de extrañar, que mientras el yogui tántrico se afirme en la totalidad de la naturaleza humana, tanto en la instintualidad más pasional y extática, como en la espiritualidad más sutil, el lama budista, por su parte, (al igual que el yogui jainita y otros tantos) reniegue de la animalidad de nuestra naturaleza y centre sus esfuerzos, exclusivamente, en los chakras más elevados, describiendo mulhadara, svadhisthana y manipura (basal, sacro y plexo solar) como centros impuros.
 Nada surge por que sí y mucho menos  el    pensamiento religioso, que siempre ha bailado entallando la cintura de los grandes cambios históricos.    Por    tanto,   es    en    la     mitología universal, en la historia del pensamiento religioso, donde podemos hallar las claves que nos ayuden a reconocer  el origen y desarrollo de las ideas, o mejor, de las experiencias de discernimiento que permitieron reconocer el sistema chakrico.
Los paralelismos entre las mitologías de la Trimurti hindú y los panteones de la antigua Anatolia, Sumer, Egipto, Fenicia, Canaán, Creta, Grecia, Etruria son más que evidentes. Incluyendo  elementos de la cultura celta y nórdica, e incluso de la mitología vasca, astur, pirenaica… así como elementos de las tradiciones  y folclore populares europeos, donde bajo el manto unificador del cristianismo, aun perviven rescoldos de la memoria agrícola ancestral,  podemos hablar de un territorio que se extiende desde Europa hasta la India, incluso China, y cuyas raíces religioso-culturales son comunes. (Territorio que se extendería hasta América, a través de China, sudeste asiático y los pueblos del pacífico si nos refiriéramos a este sustrato neolítico común, propio de los primeros agricultores.) Todas ellas herederas de la cultura del bucráneo y el hacha doble, de la Diosa Madre y su Hijo Sagrado, Diosa Pájaro y Serpiente, Leona, Vaca, Cerdo,  Luna  Madre  del  Dios  Toro,  Carnero  o  Cabrón.   Oriente  próximo: Catalhüyük  (7.000 - 5.500 a. C.) y la región de los montes Tauro en Anatolia,  Tell Hallaf (6.100  a.C.)… territorio que debemos ampliar, incluyendo  La Vieja Europa (7.000-3.000 a.C.), tras los estudios de Marija Gimbutas.

A día de hoy podemos decir con seguridad que Mohenjo-Daro, Harappa y el resto de poblaciones  del Valle del Indo (2.500 – 1.500 a.C. aprox.) son la cuna de la religiosidad hindú.  Sepultada temporalmente por la ideología de los conquistadores Indoeuropeos del Rig Veda y, aunque herida por los males del patriarcado (machismo, belicismo, injusticia social… al igual que el resto del planeta, tristemente) resurgió, como una higuera de Bengala entre los escombros, y se mantiene hasta hoy  la vía integradora, no dual, de la Diosa Madre. La sacralidad inmanente pervive.

2.500 – 1.500 a. C. también es el periodo de florecimiento de la cultura Minoica. Sobre ambas culturas reflexiona Joseph Campbell en “Las máscaras de Dios” “…cuesta imaginarse como explicarse de otra forma la existencia de una confluencia única de formas simbólicas en dos paisajes que difieren tanto como el mundo isleño del Egeo y las abrigadas llanuras del norte de la India: la existencia en ambos de una Diosa que es a la vez benigna (como vaca) y terrible (como leona), asociada con el crecimiento, sustento y muerte de todos los seres, y , en particular de la vegetación; simbolizada en todos sus aspectos por un árbol de la vida cósmico, que también lo es de la muerte; y relacionada con un dios cuyo animal es el toro y su signo el tridente, a quién además está asociada la luna creciente y menguante, en un contexto que muestra numerosos vestigios de una tradición de regicidio ritual. Mi opinión es que las dos mitologías son con toda claridad extensiones de un único sistema, cuya matriz era el Oriente Próximo nuclear;  el periodo de difusión precedió al del ascenso  de los grandes reinos sumerio-egipcios de la Edad del Bronce; y la fuerza que motivo la amplia expansión fue comercial: la explotación de materias primas y el comercio.” (9)


4.500 años es mucho tiempo, pero parece un suspiro si pensamos que los primeros enterramientos rituales y lugares sagrados, apilamientos rituales de cráneos de osos en  los Alpes, han sido datados hace 75.000 años y son  legado de nuestros primos los neandertales.  Sin remontarnos tanto, 35.000 a 9.000 años a.C., tenemos el legado paleolítico: las escenas de bisontes, caballos, leones… caza y éxtasis chamánico maravillosamente plasmado en las cuevas cantábricas y pirenaicas. Las representaciones de la Diosa, las Venus de Brassempouy, Wilendorf, Lespugue, Laussel…que se extienden por toda Europa hasta Siberia. ¿Por qué mirar tan atrás? Por que salvando grandes distancias, en el animismo mágico  de nuestros ancestros cazadores recolectores, la concepción de la Diosa como lo sagrado inmanente, Madre Tierra, Vulva generadora  de vida, Seno acogedor en la muerte, Diosa Luna regente de los ciclos y misterios de la vida,  ya está presente. Y si bien, es en el neolítico, como decíamos, gracias al desarrollo de la agricultura, donde la vegetación se convierte en maestra y nos dona una visión integradora, por vez primera adulta, frente a la vida y la muerte, tomando forma el mito de la diosa madre y su hijo sagrado, cíclicamente, muerto y resucitado, no es difícil intuir un contínuum cultural que mana desde la profunda humedad de las cuevas paleolíticas.


Notas:
(1)  Aum Namah Sivaya.
(2)  A. Baring y J. Casford,  “El mito de la diosa”, Ed. Siruela, p. 248 citando a Jacobsen,
 op. cit., p. 33 y  Wolstein and Kramer,  op. cit., p. 36.
(3) Taittiriya Upanisahd, III, 2 y 10.6. 
(4)  Brihat Aranyaka Upanishad, 14, 6.
(5) Jîva jîvasya bhakshaka.
(6) Anushâsana Parva,  Mahâbhàrata (cap.213)
(7)Danièlou, Alain;  “Shiva y Dionisos”, Ed. Kairos, pág. 233y 234. Las citas 3,4,5 y 6, son recogidas por él.
(8) Campbell, Joseph, Las máscaras de Dios, mitología occidental, Alianza Editorial pág. 272.
(9)Campbell, Joseph, Las máscaras de Dios, mitología occidental, Alianza Editorial pág. 85 .




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